viernes, 20 de diciembre de 2013

EL ASCENSO A LA MONTAÑA

En la historia de la humanidad “la montaña” ha sido un símbolo de gran significado. En todas las culturas de la antigüedad “la montaña” está asociada al lugar en donde se unen el cielo y la tierra, y da sentido a la proximidad y a la presencia de Dios en la historia personal de cada uno de nosotros.

Quienes hemos tenido la fortuna de ir a “la montaña”, hemos descubierto la veracidad de la pequeñez del hombre frente a la inmensidad del mundo, acompañado del llamado a la trascendencia que hay en cada uno de nosotros. Es un camino de búsqueda en ascenso.

Ascender a la montaña requiere que superemos las trabas que nos atan y que no nos dejan crecer, -trabas emocionales y mentales- que nos limitan e impiden ver lo esencial.

El camino de ascenso nos irá conduciendo a descubrir los detalles, aumenta nuestra sensibilidad –no la susceptibilidad- y capacidad para apreciar la simplicidad como un principio rector de nuestra vida.

A medida que caminamos y ascendemos nos vamos “acallando”, -serenando, tranquilizando-, este necesario proceso nos prepara para el diálogo íntimo e intenso con nuestro ser interior. Si llegamos a este nivel, es porque hemos ascendido muchas veces a la montaña sin dejarnos vencer por nada.

Llegar aquí es encontrarnos con lo que somos, es descubrir para qué estamos en este mundo y a qué estamos llamados. Llegar aquí es sabernos y sentirnos amados por encima de nuestras limitaciones y de los esquemas de transacción de sentimientos, que enredan nuestra vida en un trueque. Llegar aquí es también responder con amor al que te amó primero. Y entonces, ten cuidado con vivir lejos de las personas a las que les has prometido estar cerca.

Amigo, amiga, en estas vacaciones de fin de año quiero invitarte a “la montaña”, ve y vuelve; siempre saldrás ganando. Y lleva a los tuyos.

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