Evitando situaciones incómodas
No siempre se puede hacer lo que se
quiere, pero existen ocasiones en que sí, porque está en nuestras manos
realizar esto o lo otro. Y si somos prudentes, en algún momento deberemos
anticipar las consecuencias de un encuentro y, si éstas pueden ser negativas,
evitarlo. Ya la vida es bastante difícil para nosotros complicarla más. La
búsqueda de la serenidad supone saber alejarse de todas aquellas situaciones
que nos la pueden arrebatar. No es razonable que nuestra imprudencia nos lleve
a perder los nervios y luego nos quejemos. Evitar situaciones incómodas nos
puede apartar de sufrimientos innecesarios.
Resulta útil pensar que la vida es
demasiado corta como para gastarla en actividades o encuentros que no reportan
ningún tipo de beneficio espiritual. Se impone, según mi opinión, ser muy
selectivos a la hora de programarnos y no hacer concesiones a nada que suponga,
en el mejor de los casos, una pérdida de tiempo. Sin duda cuesta defender la
propia intimidad porque desde todos los ámbitos se ve atacada, pero hemos de
conseguir que no nos la arrebaten, porque es lo mejor que tenemos.
Superando obstáculos
Se equivoca quien no se ha percatado de la
constante presencia de problemas en la vida, y cuando surge un obstáculo se
desconcierta y pierde la serenidad.
El planteamiento correcto pasa por
considerar que nuestros días, en mayor o menor grado, están salpicados por
contrariedades y que nuestra misión consiste en superarlas una tras otra con
optimismo y espíritu deportivo. Los obstáculos están para superarlos,
conscientes de que al hacerlo nos hacemos fuertes y vamos afrontando con
responsabilidad las distintas tareas que como seres humanos nos corresponden.
La inmadurez y, por tanto, la falta de realismo, puede llevar a suponer que las
dificultades, las contradicciones, los inconvenientes no son elementos
configuradores de nuestra jornada, sino algo extraordinario fruto más bien de
nuestra mala suerte.
Con planteamientos similares la única
respuesta que cabe esperar es el desconcierto, que podríamos definir como la
pérdida de toda (o en parte) referencia existencial. Y quien se desconcierta
pierde, como es lógico, la serenidad, por eso es tan importante alcanzar la
madurez, que nos permite poseer una visión correcta de la vida, es decir, sin
idealismos falsos ni catastrofismos estériles. La vida tiene sus medidas y hay
que saber ajustarse a ellas para de este modo llevarse los menos sobresaltos
posibles.
Disciplinándonos
Nuestros hábitos diarios crean unas
secuencias temporales que nos transmiten serenidad, porque nos confirman que
estamos haciendo lo que deberíamos realizar. Una vida metódica propicia grandes
beneficios a quien la vive. No se trata, como es lógico, de cuadricular la
existencia, pero sí de impedir la anarquía.
El orden, la paz, la armonía y la
serenidad son cuatro dimensiones de una única realidad que es la felicidad, a
la que se accede gradualmente valorando y emocionándose ante lo pequeño. No es
necesario haber cumplido muchos años para intuir que la felicidad no nos viene
a través de lo extraordinario, sino que su camino de llegada recorre nuestro
trayecto habitual. Por eso una vida metódica facilita que nuestra atención esté
más proclive a captar todo aquello que se nos ofrece como un don. Lo que
enriquece al espíritu no es tanto conocer más cosas, sino ver en más
profundidad las que ya conoce, ser cada vez más contemplativo. Hemos de
reconocer que sin un cierto método (de vida) es muy difícil llevar a cabo una
labor profunda y bien hecha. La disciplina de un método garantiza no caer en el
diletantismo y en la inconstancia.
De igual forma es bueno tener algún
refugio al cual acudir, lo cual significa saber distraernos a nosotros mismos,
disfrutando alguna actividad a la que consideremos en especial nuestra y a la
que somos fieles porque es ya parte de nosotros. El secreto está en conocernos
bien y hacer lo que nos gusta, perseverando en la elección sin hacer mucho caso
a los que nos rodean, principalmente a aquellos que nunca hacen nada, tal vez
por miedo a equivocarse, por perfeccionismo o porque son mediocres. Todos
tenemos un punto de genialidad que debemos conocer y desarrollar. Uno de los
peligros más esterilizadores es querer ser como los demás, porque este punto de
genialidad nuestro terminaría sepultado por lo que prefieren los otros (que es
lo que está de moda en ese momento). Me temo que muchos, por no ser lo que
deberían haber sido, no llegaron a ser nada. Un martillo, no puede utilizarse
en lugar de una tenaza, así de claro.
Fijándonos en lo bueno
La costumbre de fijarse en lo que los
demás tienen de bueno aporta paz y serenidad a nuestro espíritu. Y, en cambio,
el tener siempre presente los defectos (dominantes) de los otros es la forma
segura de estar desasosegados e intranquilos. No es más inteligente quien
descubre los defectos ajenos sino quien sabe olvidarlos. Son muchas las
personas obsesionadas en traer a colación lo que de malo advierten en la gente,
sin darse cuenta tal vez de que con este comportamiento restan alegría a la
vida, que tan necesitada está de noticias reconfortantes y agradables.
Como si de una maldición se tratara, la
gente anda por las calles hablando mal unos de otros. Quien no vence este vicio
rebaja sin duda su condición de persona. Siempre tenemos a nuestra disposición
el silencio o una elegante disculpa cuando no es posible alabar. El que los
defectos sean verdaderos no significa que los hagamos públicos. Saber callar
enaltece. No calla el tonto sino quien es más comprensivo con las miserias
ajenas (que son tantas como las nuestras). Es difícil de comprender que todos
deseemos la paz y a la vez vayamos sembrando la guerra.
La inteligencia la damos a conocer
preferentemente por las obras que realizamos y no por las denuncias que
hacemos, en donde siempre nosotros somos los buenos -¡qué casualidad!- y los
otros los malos. Hay mucho de inmadurez en este tipo de comportamiento.
Mirando en lo más íntimo de nuestro ser
En nuestro hondón debemos encontrar el
refugio seguro donde descansar. La paz del alma es la verdadera tabla de
salvamento. A solas con nosotros mismos es donde disfrutaremos de los momentos
más intransferibles y quizá también más exquisitos. El buceo interior se premia
casi siempre con el hallazgo de tesoros imprevistos.
Con frecuencia es tan pobre el espectáculo
que la vida nos ofrece, que supone un descanso conducir la mirada a lo más
íntimo de nuestro ser para atisbar algún rescoldo de luz que dé calor a los
instantes que estamos viviendo. La frivolidad en que nos vemos sumergidos por
el vaivén de los acontecimientos que se suceden sin tregua termina
produciéndonos una sensación de vacío que yo me atrevería de calificar de mareo
existencial, que solo se cura cerrando puertas y ventanas, desconectando
teléfono y televisores, para que de esta manera nada nos distraiga.
Y triste de aquel que no tenga algo que
decirse y asocie estos momentos al tedio o al aburrimiento, porque tal vez haya
alcanzado un nivel alto de empobrecimiento espiritual."
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