
El asunto que nos debe
interesar aquí consiste en saber si este tipo de inteligencia puede o no ser
desarrollada para un individuo, o si es un rasgo de la personalidad. En un
artículo anterior que publiqué titulado "Inteligencia Emocional y
Liderazgo" expresé que hay un fuerte consenso en la comunidad científica
acerca de la probabilidad de desarrollar competencias emocionales en las
personas, especialmente durante la niñez, dada la ventaja de ser una etapa en
donde es más fácil moldear las competencias emocionales de los individuos. (Fineman,
1997; Höpfl y Linstead, 1997). Por tanto, si las competencias emocionales se aprenden en contexto,
es mucho lo que en el ámbito escolar, principalmente en las edades más
tempranas, podemos realizar en un trabajo conjunto entre padres de familia y
maestros.
Las investigaciones
realizadas al respecto permiten concluir que no podemos conformarnos con
afirmar: "es que mi hijo es malgeniado desde chiquito", "le sacó
el mal genio a...", "está pintao, así era el papá...", o peor aún
aceptar el maltrato porque sí. Frases como las anteriores son disculpas que
hacen que sigamos viendo gente que se comporta como lo expresa aquel viejo
refrán "no tiene la culpa el indio, sino quien lo hace compadre".
En
nuestras manos de educadores tenemos mucho por hacer, manos a la obra. Los frutos que podemos
cosechar de este trabajo formativo en las nuevas generaciones nos permitirá, de
acuerdo con Goleman (1998) contar con personas que en su adultez manifiesten
las siguientes capacidades: (a) capacidad para reconocer y entender sus
estados de ánimo, emociones e instintos, así como sus efectos en los otros, que
se reconoce en la “confianza en sí mismo, autoevaluación realista, y sentido
del humor crítico; (b) capacidad para controlar o redireccionar impulsos
negativos y estados de ánimo, suspendiendo el juicio para pensar antes de
actuar; que se reconoce en la honradez e integridad, conformidad con la
ambigüedad, y apertura al cambio; (c) pasión para trabajar por razones que
van más allá del dinero o estatus, que se reconoce en el fuerte impulso hacia
el logro, optimismo aún frente al fracaso, y compromiso organizacional;
(d) capacidad para entender la apariencia emocional de las personas, que
se reconoce en la capacidad para crear y retener el talento, sensibilidad
intercultural, servicio a clientes y consumidores; y (e) destreza en
manejar las relaciones y construir redes de trabajo, que se reconoce en la
efectividad en liderar el cambio, persuasión, y capacidad para construir y
liderar equipos.
He aquí la pintura
terminada del tipo de persona que nos debemos en nuestro país:
ü
Una persona con un elevado sentido del servicio, por encima del
propio interés personal.
ü
Una persona con altos niveles de razonamiento moral.
ü
Una persona comprometida con un liderazgo ético.
ü
Una persona comprometida con el bienestar de los demás. (Hoyos,
2014).
Referencias
Fineman,
S. (1997). Emotion and Management Learning. Management Learning. 28(1):
13-25.
Goleman,
D. (1998). Working with Emotional Intelligence. New York: Bantam Books.
Höpfl,
H. and Linstead, S. (1997). Learning to Feel and Feeling to Learn: Emotion and Learning in Organisations. Management Learning. 28(1):
5-12.
Hoyos (2014). Inteligencia Emocional y Liderazgo. En:
http://www.academia.edu/8552821/INTELIGENCIA_EMOCIONAL_Y_LIDERAZGO
Hurtado, A. (1982). Apuntes de
clase de Literatura. Bogotá:
Colegio Champagnat.
Mayer,
J. D., & Salovey, P. (1997). What is Emotional Intelligence? Emotional
development and emotional intelligence: Educational implications. P.
Salovey & D.J. Sluyter (Eds.). New York: Basic Books.
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